- ¡Joven!, ¡Joven!, ¡Joven!, ¿¡Qué está haciendo!? – Gritó una gorda desde un segundo piso al otro lado de la calle. No creí que se refería a mí, pero cuando la vi bajar las escaleras, salir de la casa, y lanzarse a los vehículos, quedé sorprendido ante su imprudencia. Después de cruzar, no sin tambaleos, el puente, me miró. - ¡¿Por qué no lo saca allá dentro, en su unidad?! – Me fastidiaba su voz chillona y sencillamente no quería tener esta conversación con ella, así que como quien no quiere la cosa le dije – No sé, por costumbre, creo. – Ella, sin inmutarse, continúo. – Allá en la puerta de su apartamento puede mear y cagar también. – Le diría que no tengo problema con eso, pero prefiero no dar explicaciones. – Me gusta ver el cielo, que hay aquí afuera. – Ella parecía no escucharme. – ¡Es porque allá adentro lo multan ¿no?! – Algo intensa la señora, pero le respondí. – Da lo mismo si se hace acá o allá, en ambas partes toca recoger el popó. – Imparable continúo – ¡¿No ve, acaso, que se ve feo?! – Cansado ya de su tono, la miré – Señora, pues claro que se ve feo, si no fuera así tendría que cobrarle boleto por estar ahí parada viendo el show, además ¿acaso usted no caga? ¿O se le olvida que todos los animales cagan también? No joda más, devuélvase a su casa mas bien. – Me dirigió una última mirada de reproche, y vi cómo sus gordos traseros se devolvían, cruzaban el puente, se atravesaban, sin cuidado, la vía, subían las escaleras y hacían una pequeña pausa en la puerta, antes de entrar a la casa. Finalmente, al terminar de cagar, tranquilamente me levanté y subí los pantalones, observé la cagada, saqué la bolsa, me volví a agachar y la recogí, esta vez había salido más que de costumbre.
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