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Blog NEURÓFILOS

LAS INTERMITENCIAS DEL SEXO

Al día siguiente nadie tuvo sexo. El hecho, por absolutamente contrario a las normas de la vida, causó en los cachondos una perturbación enorme, efecto a todas luces justificado, basta recordar que no existe noticia en los cuarenta volúmenes de la historia universal, ni siquiera un caso para muestra, de que alguna vez haya ocurrido un fenómeno semejante, que pasara un día completo, con todas sus calenturientas veinticuatro horas, contadas entre diurnas y nocturnas, matutinas y vespertinas, sin que se produjera un coito por inaplazable, una rica lamida, una paja conducida hasta el final, nada de nada, como la palabra nada. Ni siquiera uno de esos accidentes de orgias tan frecuentes en ocasiones festivas, cuando la alegre irresponsabilidad o el exceso de alcohol se desafían mutuamente en las camas para decidir quién va a llegar al orgasmo en primer lugar. El fin de año no había dejado tras de sí el habitual y calamitoso reguero de esperma, como si la vieja Afrodita de regaño amenazador hubiese decidido envainar el eros durante un día. Sangre, sin embargo, hubo, y no poca. Desorientadas, confusas, horrorizadas, dominando a duras penas las náuseas, las chicas extraían de lo bajo del pelvis míseros cuerpos varoniles que, de acuerdo con la lógica erótica del Camasutra, deberían estar cogidos y bien cogidos, pero que, pese a la gravedad de los sentones y de los traumatismos sufridos, se mantenían sin coger y así eran transportados a los burdeles, bajo el sonido dilacerante de los gritos de las parejas. Ninguna de esas personas tendría sexo en el camino y todas iban a desmentir los más elaborados trabajos sexuales, Este pobre cachondo no tiene remedio posible, no merece la pena perder tiempo con el condón, le decía la prostituta a la asistente mientras ésta le ajustaba el condón al miembro. Realmente, quizá no hubiera salvación para el cachondo el día anterior, pero lo que quedaba claro era que la víctima se negaba a no tener sexo en éste. Y lo que sucedía aquí, sucedía en todo el país. Hasta la medianoche en punto del último día del año aún hubo gente que aceptó el sexo en el más fiel acatamiento de las reglas, tanto la que se refiere al fondo de la cuestión, es decir, se llega al orgasmo, como las que se atienen a las múltiples formas en que éste, el dicho fondo de la cuestión, con mayor o menor pompa y solemnidad, suele revestirse cuando llega el momento de venirse. Un caso sobre todos interesante, obviamente por tratarse de quien se trata, es el de la ancianísima y venerada reina madre. A las veintitrés horas y cincuenta y nueve minutos de aquel treinta y uno de diciembre nadie sería tan ingenuo para apostar el palo de una cerilla quemada por la abstinencia de la real señora. Perdida cualquier decencia, rendidos los trabajadores sexuales ante el implacable deseo, la familia real, jerárquicamente dispuesta alrededor del lecho, esperaba con entusiasmo el último orgasmo de la matriarca, tal vez un squirt, un ultimo gemido edificante para la formación sexual de las amadas princesas sus nietas, tal vez un bello y fuerte grito dirigido a la siempre ingrata abstinencia de las monjas futuras. Y después, como si el tiempo se hubiera parado, no sucedió nada. La reina madre no mojó ni gimió, se quedó como suspendida, balanceándose el frágil cuerpo en el borde del orgasmo, amenazando a cada instante con caer hacia el otro lado, pero atada a éste por un tenue hilo que el eros, sólo podía ser él, no se sabe por qué extraño capricho, seguía sosteniendo. Ya estamos en el día siguiente, y en él, como se informó nada más empezar el relato, nadie iba a tener sexo.


Pastiche hecho del comienzo de "Las Intermitencias de la Muerte" de José Saramago.

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