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Blog NEURÓFILOS

Me Voy

Actualizado: 17 sept 2021

Me voy, le dije frente al Jesús escrito en la pared, sabiendo que no iba a volver. Él, sin girarse, me respondió – Nos vemos el otro domingo. - como lo hacía cada domingo desde que empecé a pasar todo el día allí. Fue breve y rara esa despedida; simplemente no iba a regresar el otro domingo, pero era difícil decírselo tan directamente y tampoco quería irme así nomás, por lo que improvisé un poco: - No me está yendo muy bien en el colegio; mi mamá no quiere que siga pasando todo el domingo aquí -. Sí, le mentí, nunca antes había decidido dejar un grupo por decisión propia y dije lo único que se me ocurrió. Él hizo un movimiento brusco, parando en seco lo que estaba haciendo. Erguido se gira, creí que se había dado cuenta de la mentira, cuando me pregunta - ¿Cómo así? – de frente, con molestia, Jesús es testigo, - ¿Qué tiene que ver el colegio con estar aquí? -. Sabía, desde el principio, que era mala idea intentar despedirme, sentía el corazón gritando en mi cabeza y no podía pensar muy bien cómo seguir mintiendo. - Me va mal en el colegio - respondí, como si fuera lo más obvio del mundo. - Sí, eso ya lo dijiste ¿y qué? – de inmediato seguí, - Pues que mi mamá ya no quiere que esté aquí –. Creo que Iván no entendió bien lo que le quería decir; dizque quería hablar con mi mamá, me dijo: – Déjame que hable con tu mamá –. Y claramente no podía dejar que hablara con mi mamá, pues qué iba a saber mi mamá de que ella no quiere que esté más ahí si me lo había inventado. Le respondí: – No, tranquilo, no te preocupes Iván, no pasa nada – ese susto me hizo querer irme para siempre, así nomás. No dijo nada después de eso, y en silencio, Iván se convirtió en un gato a punto de cazar una rata para lanzarse encima mío. Me tiré al lado antes de que me alcanzara. Mientras él se levantaba me subí al escritorio, sin querer tumbé el crucifijo, él barrió todo lo que había en el escritorio y partió a Jesús de un pisotón, por lo que no me sentí tan culpable. Me lancé por la ventana abierta y corrí.


Al estar cerca de mi casa ya estaba oscurecido. Había como que mucha gente en la zona, yendo a un mismo sitio. Cuando me acerqué a la multitud me di cuenta de que rodeaban mi casa, pensaba en cómo abrirme paso entre ellos, pero no fue necesario hacer mayor cosa pues el gentío se dividió en dos, dejando un camino claro y directo hacia la puerta. De lado a lado me miraban, lo sé, aunque no pudiera distinguir sus rostros; ni siquiera si tenían rostros con los que mirarme, pero ahí estaban sus miradas clavadas encima, punzantes, tan reales como si me estuvieran pinchando el cuerpo con sus dedos índices. El camino, a medida en que avanzaba, se cerraba a mis espaldas. Sabía quiénes eran y lo que querían. Sentía sus presencias, podía diferenciarlas sin necesidad de un rostro, los conocía, los había visto, quizá alguna vez hablé con ellos.


Estando frente a la puerta los tenía tan cerca que podía dar un codazo hacía tras y sacarle el aire a alguien, no me giré, sé que estaban ahí sin necesidad de hacerlo, compartían una misma respiración, la oía tan o casi tan fuerte como mi pulso. Estaba seguro de que se lanzarían sobre mí para devorarme; cuando abrí la puerta contuvieron la respiración, hubo un largo silencio hasta que cerré sin mirar. Pero no parecía estar en mi casa, se veía oscuro y se distorsionaban las paredes, quizá fueran las sombras, que estirando los muebles de forma extraña juntaban techo, pared y suelo en uno solo, daban la sensación de no estar en un sitio correcto.


Adentrando en el pasillo, encontré la única luz en toda la casa, me asomé, Iván y otros dos estaban sentados en mi cama siguiéndome con la mirada, y parecía ser la única habitación en la casa que estaba en orden o de la forma correcta. A pesar de no haber mucho espacio estábamos los cuatro adentro, aunque estuviera de pie nuestras cabezas se encontraban al mismo nivel. No tenían oídos, se habían dejado las orejas; sabía qué querían, pero yo no iba a volver. Las paredes brillaban, emitían tanta luz que empecé a sudar, ellos, como si nada, en silencio. Se supone que era mi casa, mi habitación; qué hacían ellos ahí, cómo habían entrado. Alguien tendría que irse y definitivamente no podía ser yo, si la cama donde estaban sentados esos tres, como si fuera la cosa más natural del mundo, es la misma en la que duermo todos los días. Se levantaron, después de largo rato, sin decir nada me agarraron y arrastraron afuera de la habitación, hasta que me agarré al marco del baño, mi madre y mi hermano estaban delante, viendo cómo me llevaban, es lo último que recuerdo.

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