(¡Cuidado!, hay spoilers de la Cucaracha de Martín Heidegger, quedan advertidos)
Nadie quiere morir. O por lo menos, aunque lo quiera, teme de una u otra forma a la muerte.
Ya sea por todo el misterio que nos han inculcado acerca del después de ella o por el simple hecho de atesorar la vida. Vaya forma de aprovechar el tiempo, preocuparse por un futuro que es inevitable, pero que aún no ocurre. Parece que pocos han aprendido a vivir, o como lo diría Montaigne pocos han aprendido a morir. Naturalmente huimos de la muerte, tememos todo lo que pueda resultar peligroso, o mejor dicho, todo lo que pudiera matarnos, la oscuridad, los animales carnívoros, las arañas, malditas arañas; todos ellos nos llevan a temer algo inevitable, desarrollamos un pavor muy grande a la muerte, como si de ella se pudiera escapar.
Temer a la muerte solo muestra una cosa, queremos ser eternos, como los astros que se ven a lo lejos en la noche, de los que dicen vivir siempre, pero esta empresa es imposible de llevar a cabo.
Martín, como muchos, no quería morir, pero sabiendo que, con suerte, viviría unos 14 a 20 meses de los cuales no podría hacer nada para alargarlos, decide gastar su tiempo en preocuparse por su fin, quizás tenía la mínima esperanza de con esto alargar su vida.
Martín vive en un cementerio. En medio de tantos muertos, es normal preocuparse por su hora de morir, y qué más brillante idea, el preguntar a un cadáver acerca de la muerte, sobre todo si este es un filósofo. Al parecer, cuando no se encuentran respuestas certeras de ciertas cuestiones, se suele buscar en lo mágico o lo filosófico, y qué agradable sorpresa que sea un filósofo y no un cura, ¿Qué luz podría brindar el cadáver de un cura, acerca de la muerte, si él mismo no ha pasado al fantástico más allá? al menos un filósofo que no se jacta de conocer todas las respuestas, es capaz de llegar a una conclusión muy interesante sobre este tema: “Cuando yo estoy, ella no está; y cuando ella está, yo no” ¿Qué respondería un cura a semejante reflexión? No hay forma de estar en contra, pues de estarlo se negaría la muerte como tal, suponiendo que siempre estemos vivos y que la muerte no sea más que la extinción del cuerpo, ¿pero acaso, no somos nuestro cuerpo? Si no somos solo nuestro cuerpo, entonces la muerte no existe para nosotros, ya que solo el cuerpo muere, y la vida después de la muerte prometida por libros fantásticos tampoco existe, por la simple razón de que para gozar de la vida después de la muerte hay que morir.
Martín a pesar de escuchar a un filósofo no queda contento, parece ser que quiere una segunda opinión, tal vez un cura, pero aunque en este relato haya congregaciones de gente que sigue ciegamente a otra gente, no hay curas; pero de seguro habrá llegado a la misma conclusión. Cuando grandes cantidades de seres se amontonan por “un mismo fin”, vale más preguntarse cuál y por qué es el susodicho fin, después, decidir si estamos o no de acuerdo con él.
Martín, después de escapar de una turba de fanáticos, se encuentra a unos gusanos hippies; con otra cuestión en la cabeza, si vamos a morir ¿Por qué existimos?, ellos lo iluminaron: existimos sin que haya una razón para ello, simplemente es, y ya que existimos disfrutemos del viaje, del camino, de la vida, de lo que nos rodea, Martín sintió que el mundo lo excede, que no lo logra comprender, así es, la mayoría tampoco lo entendemos, de esta forma Martín llega al final de su viaje.
En donde descubre que vivir, no tiene razón alguna, pero ya que vive es mejor maravillarse de la existencia
Comentario basado en "La Cucaracha de Matín Heidegger"
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