¡Oh democracia, no hay democracia!
Democracia, el poder del pueblo, lástima que el pueblo esté dividido. Según el sistema democrático las mayorías deciden; si esas mayorías resultan vencedoras por unos cuantos votos, con ese pequeño porcentaje que las pone por encima de las demás, de forma que si las propuestas vencidas se sumaran serían una mayoría más aplastante que la propuesta vencedora, y se decidiera zanjar la cuestión con una votación democrática para saber si aceptar las votaciones ya hechas o hacer unas nuevas, ¿Sería acaso democracia? O, mejor dicho, ¿a través de la democracia se puede invalidar la democracia? Las facciones vencidas sumadas son una mayoría, por lo que el querer repetir las votaciones a través de una votación resultaría ser la expresión del poder del pueblo, la democracia. El repetir las votaciones de forma que haya un resultado distinto al primero, con otro vencedor, y decir: ¡Que viva la democracia! ¿Es acaso democrático? ¿Y si el resultado no varió respecto al primero, se vuelve a repetir una y otra vez o por el contrario no son democráticas las votaciones?
La universidad pública es un espacio muy curioso. Cosas como, una vez hechas unas votaciones, manifestar no acogerse a la decisión vencedora, en un razonamiento de acogerse o no dependiendo de si el resultado es a favor o no de los intereses propios; resulta verse con regularidad. Preguntarse qué sentido tiene hacer votaciones democráticas si lo que importa no es la democracia, sino el que se haga lo que yo, como tirano disfrazado de democrático, deseo, está a la orden del día. Claro, es entendible estar en desacuerdo y manifestarlo, aunque quizá no es la mejor manera argüir que los que votaron por la opción vencedora vieron mal, de forma que se han equivocado de opción, que no saben leer o simplemente que no estaban en sus plenas facultades mentales para tomar una decisión, y sí, es entendible, después de unas votaciones donde se escogió un cerdo con pelos pintados de blanco que sabía cabecear un balón de fútbol; la argumentación se fue por esos lados, ya saben, defectos de la democracia.
Sin embargo, en un espacio asambleario, donde los estudiantes presentes escuchan los debates que a veces echan chispas, de los roces tan violentos que se pueden hacer con las palabras, en defensa de las ideas, resulta de extrañar que ante la pérdida de unas votaciones la argumentación de los vencidos sea de ese tipo, estando en la universidad. Peor aún es que se admitan esas falacias como argumentos válidos para repetir unas votaciones, aunque ya saben, la democracia. Si es el caso en el que las votaciones hayan sido manipuladas de alguna forma, que los votos sean mal contados, que haya compra de votos, es comprensible que se repitan las votaciones o que se argumente la invalidez de la misma, no obstante, si no es el caso, argüir que los que votaron por la propuesta ganadora tienen un retraso mental que los hace incapaces de ejercer su derecho al voto, y que se repita la votación, da qué pensar.
Pero qué sabrá alguien de primer semestre acerca de la democracia, ya saben, están muy chiquitos para decidir, para pensar, para exigir, para argumentar. Parece ser que es eterno este tipo de situación, siempre se va a ser demasiado chico para alguien que por alguna razón se encuentra en una posición de poder. El rector del colegio en el que estudié, en vez de asumir que los reclamos hechos por un estudiante de once tenían bases sólidas que requerían de una argumentación decente de su parte, decidió reducir el debate a que alguien externo estaba influenciando con su mano oscura a los estudiantes; claro, porque qué sabrá un estudiante de once sobre los asuntos de la argumentación, del escribir, del indignarse. Pero no se limita al colegio ni a la universidad, desde el gobierno, funcionarios públicos, senadores, congresistas, tienen un discurso igual o parecido. Esa mano oscura toma muchas formas, puede ser Rusia, Cuba, Venezuela, el “foro de Sao Paulo” y demás; así parece que se ha criado esta sociedad colombiana, invalidando al otro por creer que se encuentra en una posición mental inferior a la propia, para manejarse a sí mismo.
Quizá un día le diga a alguien que no está en la capacidad para hablar, tal vez así sepa cómo se siente el estar sesgado.