De chiquito me enseñaron a mirar a los ojos a quien está hablando. Sea un regaño, una información, un cumplido, lo que sea, hay que mantener el contacto visual. Me enseñaron bajo el argumento clásico del respeto, argumento irrebatible para esa edad, pues el respeto resulta ser una cantidad enorme de cosas que si preguntabas qué es el respeto te respondían con una petición de principio. “El respeto es mirar a los ojos cuando alguien te habla” Y… ¿para qué o qué mirar a alguien a los ojos cuando me habla? “Pues porque eso es el respeto”. O sea que, si estoy en una escalera desactivando una bomba, y no miro a quien me habla ¿lo estaría irrespetando? Cosas de niños, ya saben. Sin embargo, a pesar del argumento del respeto, hay que reconocer que mirar a los ojos a quien habla resulta ser muy importante para la comunicación. Y es que por esta costumbre que me inculcaron mis padres, terminaba prestando más atención a mis clases de colegio, pues si se mira al que habla, se puede ver que te podían ver, era esa sensación de “vigilancia” la que me hacía prestar un poco más de atención.
Al leer “En el enjambre” de Byung–Chul Han, un filósofo sur coreano, caí en cuenta de la importancia del contacto visual. Si bien Byung no habla específicamente de la situación actual, debido a que “En el enjambre” fue publicado unos años antes del covid y se enfoca en un tema un poco distinto, sí menciona esta situación de estar “conectados” por medio de nuestras pantallas. Dice, sin meterme mucho en el término, que el respeto se ha perdido a causa del estar conectados, puesto que es necesario la distancia entre las personas para que este se dé. Pero la virtualidad, las redes sociales y el mundo de internet, borran esta distancia de tiempo y espacio, mezclando, además, lo publico con lo privado. Sin embargo, a pesar de no tener esas distancias, estamos solos; es el mundo en internet un espacio donde desarrollamos únicamente nuestra individualidad, dejando de lado cualquier tipo de sentimiento colectivista, grupal, de pertenencia, de reconocimiento del otro. Pone de ejemplo una relación a distancia, en donde la pareja no va a encontrar esa correspondencia con el otro, debido a que no se puede ver la cámara y la pantalla al mismo tiempo; la pareja no puede mirarse a los ojos a través de ninguna plataforma virtual.
Byung, establece entonces que hay cierta importancia en el contacto visual entre las personas, para que se de este “reconocimiento” del otro. Ese punto de que las personas puedan verse virtualmente, pero sin que haya ese “reconocimiento” del otro a través de la pantalla puede dársele como valido, solamente que, en tiempos de virtualidad actuales, resulta más preocupante, no sólo el hecho de que, por una imposibilidad de la tecnología actual, no nos podamos ver a los ojos, sino que simplemente no nos podamos ni ver. Si no se daba esa correspondencia, ese reconocimiento, viéndose a través de una pantalla, ¿entonces cómo sería el ni siquiera verse? Resulta inquietante ponerse a pensar, que llevo un semestre de universidad y no he visto quienes están conmigo más allá de las letras que les coloca Gmail con sus iniciales, no los he visto. Aun así, la peor parte se la lleva el profesor, que puede hablar durante toda la clase hasta llegar, siempre, al penoso punto de tener que preguntar si hay alguien ahí, al otro lado, que lo esté escuchando, que le dé un poco de esa correspondencia, ese reconocimiento humano. Resulta ser una locura ser profesor de esa forma, la cantidad de pensamientos que se pueden tener hablándole a una pantalla en negro, con punticos, que no suenan, no se mueven, que no están vivos, es desesperanzador.
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