YA NO SÉ ESCRIBIR
Ya no sé escribir, todo lo empiezo y todo queda a la mitad. Mientras escribo me dan ganas de escribir sobre otra cosa. Este escrito es el ejemplo, escribía sobre esa pregunta que toda la vida ha sido mística para mí, ese “qué es lo que quieres” dirigido hacía el futuro. La respuesta corta es que no sé lo que quiero, en el sentido dirigido hacía el futuro, pero sé un poco, más por intuiciones que por certezas, las cosas que quiero ahora, en este preciso instante. Trataba de argumentar mi postura, en oposición a aquellas personas que parecen estar seguras de su respuesta o que acusan a otros de no saber lo que quieren como si el no saberlo fuera algo intrínsecamente malo. Tengo que aclarar que este querer del momento no está enfocado a vivir del exceso, el completo libertinaje, o mal dicho, del hedonismo, sino a ese conjunto de cosas que me generan placer y son productivas para mí. Es una cuestión que me ha perseguido desde chico, tiempo en el que ante mi respuesta de no saber qué quiero en el futuro, me miraban con cierta lastima y dulzura nombrándome algunas distintas ocupaciones como bombero, policía, presidente, constructor, abogado, doctor, entre otras, desconociendo definitivamente el fondo de la cuestión, creyendo que se solucionaba mencionando un grupo al azar de oficios. Y yo, que me había encartado con la profesora, o ella se había encartado conmigo, terminaba escribiendo cualquier cosa para finalizar esa actividad. Ahora no me miran con lastima y dulzura, solamente se dirigen a mí ojos severos y voces serias, pero se siguen mencionando oficios o carreras universitarias al azar o quizá un poco más afines a mí. Posiblemente muchos de los que terminan o están por terminar el bachillerato, se encuentran en una situación similar a la que describo. Al parecer es muy importante saber qué es lo que se quiere en la vida. Durante un tiempo, mientras estaba en búsqueda de esa cosa mística del deseo, me pregunté qué deseaban los otros, los adultos. Qué cosa ven tan especial en la vida como para seguir viviéndola. Qué hacen para que vivir tanto, valga la pena. Realmente no llegué a nada, pero estaba hablando de que no sabía escribir y no quiero desviarme del tema. Mi mal empezó después de dejar incompleto, hace unos meses, un ensayo sobre el Frailejón Ernesto Pérez. No me he recompuesto, todo me queda a medias. Escribía que si bien el video del Frailejón había sido un éxito mediático en las redes sociales no había servido para materializarse en acciones concretas. En pocas palabras, que además de ser viral, no había servido de nada más allá del meme de hacer el bailecito y subirlo a redes sociales. Tiempo después del video entre las muchas imágenes que rondaron había una de un árabe partiendo a la mitad al Frailejón con una hoz. No hay que ser medico para saber que una herida de ese tamaño no se cura con saliva. Mi intención no era criticar el video ni nada relacionado, sino esa dificultad presente en las redes sociales de que algo importante que se ha hecho viral migre de la virtualidad a acciones concretas, tangibles, que lleven a la mejoría de una situación. La canción es agradable y pegajosa, pero no causa el mismo impacto movedor de las pasiones que otro tipo de videos que buscan indignar a quien los ve para que reaccione de una forma visceral. Era como el mayor ejemplo reciente de ese tipo de situación que se presenta, pero como ya no sé escribir, nunca lo terminé. No solamente hay que empezar, el terminar algo resulta importante, pues qué pasaría si solamente publicara el comienzo de mis escritos ¿y si fueran muy buenos comienzos, mis pocos lectores serían capaces de perdonarme por dejarlos iniciados? El otro día, quería escribir sobre la propaganda política que salía en los anuncios de YouTube. En primer lugar, no me gusta ver anuncios, siempre que es posible los omito. Por eso me parecía muy particular no poderme saltar ninguna propaganda política, y es que efectivamente, los políticos hacían campaña en segundos. Videos lo suficientemente cortos como para no poderlos saltar. Inevitablemente pensé que la política se había reducido a eso, algún paisaje de algún lugar del país, un cumulo de gente gritando un nombre, una voz seductora masculina diciendo algún tipo de slogan plagiado de alguna otra campaña política, repetida hasta el cansancio, y un candidato sonriendo, todo comprimido en los pocos 5 segundos que caracterizan los anuncios de YouTube que no pueden ser omitidos, incluso algunas propagandas duraban menos. Pero luego, quise escribir que ya no me gustaba hablar de política, prefiero escuchar a gente que critique a todos por igual, que no se fanatice. Pues a veces tomar un partido fanáticamente significa defender lo indefendible y no quería calentarme buscando los trapitos sucios del candidato de aquel que cuestiona al candidato al que le di mi voto. Ante todo, la ataraxia, la imperturbabilidad. En fin, pensé también en escribir sobre los arapesh, una tribu de Nueva Guinea, quienes entre sus costumbres tienen el no justificar la autoridad del padre sobre el hijo por haberlo engendrado sino por proveerle lo necesario para su crecimiento, y de manera homologa, cosa que sería interesante analizar, el esposo justifica su autoridad sobre la esposa por haber contribuido en su crecimiento, nunca había leído antes algo por el estilo. El único problema es que ya no sé escribir.