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Blog NEURÓFILOS

LA PESTE

El escrito se compone de 5 capítulos, que describen un poco las faces que padece una sociedad al estar a merced de cierta enfermedad. Hay una palabra clave, a la que se le debe el trasfondo del escrito, no es ni la peste, ni el amor, ni la locura, ni la amistad, y tampoco el exilio o la soledad, aunque de ellas se llegue a hablar; el fundamento es “recomenzar”. Es el recomienzo el absurdo que caracteriza a Camus y el que llega a atormentar a los personajes cuando parecen estar cerca del tan anhelado fin de la peste. La abstracción que se puede apreciar en el doctor Bernard Rieux, caminando por la ciudad después de vivir tanto, pasando por la algarabía hasta el silencio, de la locura a lo cotidiano; puede hacer pensar al lector en la pregunta ¿Todo esto para qué? Después de perder lo irrecuperable y seguir con la vida, lo mismo que antes de que todo ocurriera. El deseo se culmina muy rápido, pues el tiempo en que se ha pensado en la vuelta a lo normal o volver a ver a las personas o a hacer lo de antes, es enorme a comparación del insignificante momento en el que se satisface. Que miserable es el deseo con nosotros los humanos, queremos tanto llegar arriba que sufrimos y padecemos el enorme peso que nos toca arrastrar para tener unos instantes efímeros de satisfacción, luego volvemos a estar en donde comenzamos para “recomenzar”. Que absurdo, que sin sentido, siempre victorias provisionales, nunca definitivas. Como el Mito del Sísifo del mismo autor.


Pero este sin sentido, esta vuelta a empezar tiene un punto de partida, si es que se le puede llamar así. En lo cotidiano ocurre lo que no se espera, la señal de que algo se sale de lo normal. Las ratas emergían de las alcantarillas para morirse a las calles y la extrañeza que generaba el ver donde no había, hacía pensar que no pasaría de ser una anomalía sin importancia como la molestia de ser cagado por un pájaro cada diez años, que no es la regla. En ese entonces cada quien sigue haciendo sus vidas como siempre, pero surge por la curiosidad de aquellos a los que les gusta informar, el interés por contar y llevar una cuenta. Esto del contar se vuelve importante, pues Camus plantea que no entendemos correctamente lo que quieren decir números tan altos, porque en nuestra cabeza no nos hacemos a la idea de cuanto, de algo en el espacio físico, realmente es el número que se menciona. Entonces el contar por día, se vuelve un ejercicio simple, matemático, de decir si ha sido más o menos que el día anterior, pero sin entender qué significa. Deja de importar si es un número de muertos, de dinero o de animales, es lo mismo. Resulta tan preocupante que al ver noticieros en Colombia se cumpla a cabalidad lo dicho por Camus “Cuando se ha hecho la guerra apenas sabe ya nadie lo que es un muerto.” (38) Es tanta la indiferencia que han causado, que ya no preocupan los muertos sino el hábito “… porque el hábito de la desesperación es peor que la desesperación misma.” (148)


“Y además un hombre muerto solamente tiene peso cuando le ha visto uno muerto; cien millones de cadáveres, sembrados a través de la historia, no son más que humo en la imaginación” (38)


En mi mente, para hacerme a la idea de cuanto quería decir un número de muertos o desaparecidos tenía como medida mi colegio. Dependiendo del número había ciertos puestos vacíos o salones enteros desocupados, y era público el colegio, cerca de 40 personas por salón. Como me familiaricé con ciertas caras al vender dulces y mecatos, imaginaba que no volvía a ver a varías de ellas nunca más por ahí, e incluso que en los descansos se veía menor cantidad de estudiantes. Y es que Rieux, el doctor ficticio de Camus, dice que para hacerse a la idea de números tan grandes de muertos hay que juntar el publico de varios cines y teatros en alguna plaza o playa, y acabarlos, pero no sólo eso, hay que colocar en primera fila algunas caras conocidas, algo así como un James Rodrigues, un Maluma o un Sztajnszrajber, con el fin de que la masa de cadáveres no se reduzca a un montón de anónimos que no generan ninguna pena. Porque siempre pesa más la muerte de alguien conocido que la de miles de desconocidos y no se trata solamente de entender el número sino también de entender la muerte. Pero la muerte en el sentido de la “perdida” de la vida, el cambio de la materia, de lo que antes se movía a lo que ahora está estático, no en entender cuestiones místicas relacionadas con la muerte.


En la primera parte de la “desgracia”, cuando “inicia”, surge la pregunta de qué es lo que nos está pasando. Hay que definir la desgracia para saber cómo actuar contra ella, aunque un nombre u otro no sirve nada más que para preocupar o no a las masas, como diría el doctor “Plantea usted mal el problema. No es una cuestión de vocabulario: es cuestión de tiempo.” (47) Se discute por palabras cuando la realidad acecha y ocurren cosas tan absurdas por temas de lenguaje, que en momentos de crisis como estos la filosofía está en el aire, y algunos ciudadanos son filósofos prácticos en el sentido clásico antiguo, ¿vale la pena vivir una vida bajo ciertas condiciones como las presentes?


Segunda parte del sinsentido de Camus, se aplican medidas para contener la desgracia, se cierra la ciudad, y nadie puede salir. Entra en escena el amor, el sufrimiento y el exilio. No hay temas más filosóficos que estos; Sócrates escogió la muerte antes que el exilio, sobre el sufrimiento hay escuelas enteras que buscan reducirlo o sobrellevarlo y del amor, el placer, el “bienestar”, el deseo, se dicen muchas otras tantas. El amor y la memoria, amigas pero traicioneras, en mayor parte la memoria. Dos amantes quedan separados por la cuarentena, una larga cuarentena, el deseo de verse crece a cada momento, volviéndose más intenso, con él, el sufrimiento. Maldita memoria que hace recordar con fuerza la sensación placentera de estar con el otro pero que atormenta a los amantes “El primer motivo era la dificultad que encontraban para recordar los rasgos y gestos del ausente.” (64)


El amor es tremendo, si no, pregúntenle al desesperado que dijo lo siguiente al doctor por no darle un permiso exclusivo para saltarse la cuarentena “Usted no ha pensado en nadie. Usted no ha tenido en cuenta a los que están separados” (74) Fascinante, el doctor viendo gente agonizar hasta morir todos los días, suplicándole salvación, y este sale con semejantes palabras. Qué gonorrea el amor, que se impone ante el sufrimiento, aunque sufra. Porque al hablar del amor en La Peste se habla del sufrimiento, y es el doctor el canalizador de todo sufrimiento; pero este en particular, por lo menos, no parece ser mortal. Es interesante esa comprensión que hace el doctor de ese dolor, no puede ayudarlo y le pide que no lo odie a causa de eso, así mismo hace con el dolor de la enfermedad, “uno se cansa de la piedad cuando la piedad es inútil.” (77). El doctor de Camus es alguien impotente, no cura, solo puede “Descubrir, ver, describir, registrar, y después desahuciar, esta era su tarea.” (153) La siguiente parte del texto lo muestra muy bien.


[Había mujeres que le cogían la mano gritando: “¡Doctor, déle usted la vida!” Pero él no estaba allí para dar la vida sino para ordenar el aislamiento. ¿A qué conducía el odio que leía entonces en las caras? “No tiene usted corazón”, le habían dicho un día; sin embargo tenía un corazón. Le servía para soportar las veinte horas diarias que pasaba viendo morir hombres que estaban hechos para vivir. Le servía para recomenzar todos los días; pero eso sí, solo tenía lo suficiente para eso. ¿Cómo pretender que le alcanzase para dar la vida?] (Camus, pg. 153)


¿Quién sufre más? El que padece, el familiar del que padece o el observador del que se espera una solución que no tiene, porque es un simple observador impotente. Yo tomo postura por el observador. Aquí el que sufre más es el doctor Rieux y de la peor manera que hay, en silencio. Lo sufre todo, la separación amorosa por la cuarentena, la muerte no solamente una vez de alguien conocido sino múltiples veces y bajo su cuidado, por último, padece el odio en los ojos de aquellos que también sufren, está más exiliado que el resto. ¿Quién cura a un doctor? ¿Quién alivia el padecimiento del que alivia el dolor? ¿Puede un doctor sufrir acaso? Su silencio responde, con mucho estoicismo.


¿Qué dice la religión sobre el sufrimiento? Porque la religión también hace parte del absurdo. Nunca faltan las palabras de un cura en tiempos de crisis “…el sermón hacía más sensible para algunos la idea, vaga hasta entonces, de que por un crimen desconocido estaban condenados a un encarcelamiento inimaginable.” (83) Básicamente la religión dice que se tiene la culpa del sufrimiento, es el padecimiento la expiación, el castigo, por las acciones humanas. Invita a la oración, pues solamente ablandar el corazón de Dios puede cambiar las circunstancias. Pero el sufrimiento de un cura es parecido al de un doctor, la impotencia de que el remedio no sirva para nada. Peor aún, sufre al preguntarse qué culpa tiene un ser inocente que recién llega al mundo para padecer el castigo del crimen de otros. Sufre al tener que decidir entre negarlo todo o aceptarlo todo.


Camus maneja varios personajes, entre ellos, el doctor, el enamorado, el perfeccionista, el registrador, el paranoico y el cura, todos sufren de maneras distintas. El perfeccionista porque nunca encuentra las palabras perfectas, siempre está a la expectativa, cambia unas por otras, pero luego no le convencen y las vuelve a cambiar, tiene el deseo de terminar algún día, se le acumulan las hojas de tanto escribir la misma primera página, primer párrafo, primera línea. Finalmente, en vista de la posibilidad de dejar su trabajo incompleto por la finitud de la vida prefiere destruirlo y vuelve a empezar cuando supera la sospecha de la pronta muerte. Al paranoico lo persiguen sus fantasmas, ve en la crisis una forma de zafarse de sus perseguidores, los emisarios de la ley. Busca que el resto sea testigo de que es una buena persona para cuando le llamen a rendir cuentas. Finge y vive con miedo al fin de la crisis, pues significa para él la pérdida de su libertad. Es tanta su paranoia que él mismo se pone la soga al cuello, rompe la ley buscando huir de la ley; intenta no perder su libertad y la pierde. Al registrador, el amigo íntimo en la desgracia del doctor, no sé qué sufre en particular, pero comparte la carga del doctor; quizá se podría decir que padece el cambio en sus objetos de estudio, siente cierto deseo, amor, por lo que se convierte en su objeto de escritura, aunque no sabría decir si sufre por la escritura o por la amistad o si sufre, pero es tan humano como cualquier otro así que debe de sufrir también.


En la tercera parte del absurdo, los ciudadanos sienten la perdida de esa libertad, ilusoria, que creían aún tener, como si tuvieran antes la capacidad de decidir. Con ello viene la monotonía de la peste. En la cuarta parte la religión queda entre negarlo todo o aceptarlo todo, como si el cura hubiera perdido la fe, e inicia el cansancio de los que combaten la crisis, las medidas que se toman para evitar el contagio se reducen a una simple y molesta formalidad que se utiliza sólo cuando es obligatorio, “Lo dejaban todo al azar y el azar no tiene miramientos con nadie.” (155) Es aquí cuando las caprichosas circunstancias empiezan a cambiar, no porque el hombre haya logrado combatirlas sino por capricho del absurdo. Las ratas vuelven a salir a las calles, pero esta vez vivas, entonces entra la pregunta de si la crisis va a “recomenzar”, con las ratas. Quinta parte del absurdo, la normalidad se reanuda entre la celebración y el silencio, entre los que dejaron de sufrir y los que sufren. En medio de todo está el doctor, caminando, abstraído ¿Cuánto falta para que este momento de victoria temporal acabe y recomience la peste que duerme en las paredes, ropa y calles de la ciudad?

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