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Blog NEURÓFILOS

Últimas Veces

Faltando un mes para mi cumpleaños número 18, me propuse ponerle punto final al diario que tenía desde hacía dos años. Con escribir una página al día durante esos treinta días sería suficiente para cumplir el propósito. Tenía que calcular que la última línea que escribiera fuera en mi cumpleaños, pues pensaba morir al colocar el último punto. Ya sea de una forma simbólica por acabar y empezar una nueva etapa, un nuevo diario, o no, tal vez algo definitivo. Hice el acuerdo conmigo mismo y lo escribí como prueba de mi resolución. Durante las siguientes semanas plasmé con prisa en el papel todo, sueños, pensamientos, lo que sea, pues no quería quedar como un mediocre si a la muerte le daba por sorprenderme antes de acabar. Cuando llegó el día, aun me faltaba la mitad de las páginas y después de mi cumpleaños seguía tan vivo como siempre. Abandoné la prisa y espontáneamente escribí durante los siguientes meses, frustrado y condenado a arrastrar la vida por más tiempo.


Luego de maldecir en repetidas veces la existencia y “filosofar” acerca del seguir vivo, hoy sólo me queda una página. No quiero sonar supersticioso, pero ¿y si me muero de verdad? O sea, lo último que escriba tendría que ser tan importante que prefiriera morirme antes de olvidarlo, pero ¿y si no me alcanza una página para escribir eso tan “relevante”? ¿Cómo sabría yo que es esto y no aquello que me ocurrirá mañana? ¿Estaría dispuesto a morir por un error así? Bueno, realmente mi cuaderno no me va a matar, o pues eso espero, no me gustaría ser apuñalado por mi mejor amigo en cuanto le crezcan brazos y piernas para hacerlo. Pero en el último mes he sentido cierto fastidio en el pecho, ya lo he sentido antes, me hace pensar que pronto mi corazón dejará de funcionar y que moriré en poco tiempo. Es este el recuerdo de mi finitud humana, que mi cuerpo se encarga de repetírmelo con cada nueva dolencia que padezco e incluso con las no tan nuevas. Moriré pronto, hace años que lo sé. Sin embargo, no padezco la angustia de la muerte que se acerca, al menos no soy como esa cucaracha que corre de un lado a otro mientras su corto tiempo se agota.


Una última página, ¿no son acaso las ultimas cosas las mejores que existen? No hay más, ahí acaba, es lo último aquello que más se recuerda. Invade la nostalgia y ese último momento, letra, palabra, página adquiere un grado místico. ¿Qué pasaría si este fuera mi último escrito? Imagínense que publico esto justo después de ponerle el último punto a mi diario y me muero en seco, un meteorito o algo me cae entre ceja y ceja, pintando las paredes con el Juan David que escribe esta página ¿me leerían de la misma forma? O sea, escribo sobre morirme y me muero, de una forma atroz, mínimamente alguien establecería como tabú el escribir sobre la propia muerte. Si me muero, y de alguna forma puedo lamentarme, lamentaría que este pobre escrito fuera el ultimo y no uno más elaborado. Del resto, me conduje como mejor he podido, con merito, pues el vivir es la carga más grande del hombre, o como diría Montaigne “No hice nada este día. - ¿Qué?, ¿no vivió usted? Tal es no sólo la más fundamental, sino la más ilustre de sus ocupaciones.” O tal vez, mejor, no hice nada con mi vida “- ¿Qué? ¿no vivió usted? Tal es no sólo la más fundamental, sino la más ilustre de sus ocupaciones.”


Y es que hay poco tiempo, la muerte siempre está cerca. Por eso tanta prisa en disfrutar todo lo que se pueda en la juventud porque se acaba y llega la muerte. ¿Pero qué es disfrutar la juventud? ¿Hacer todas las cosas posibles para que cuando esté viejo solo me alegre con el recuerdo de las muchas ultimas veces que tuve? Siendo así prefiero no recordar tantas ultimas veces, quizá incluso lo mejor sea morir en la juventud, de improvisto, sin ser consciente de todas las ultimas veces que fueron ultimas. Pero realmente odio olvidar, por eso escribo en mi diario, me encuentro en lucha constante contra el olvido, aunque sea en vano. Quizá el problema no sea el recordar tantas ultimas veces, sino el recordarlas mal, porque por muchos detalles que escriba cada segundo que pasa me la arrebatan; las imágenes pierden nitidez, los sonidos desaparecen, el olor se pierde, el tacto se escapa. ¿De qué sirve vivir tanto recordando mal los buenos días de la juventud? Pues por muchas palabras que se junten, ninguna reproducirá fielmente el recuerdo.


Si moriré pronto, debería de alegrarme el no vivir tanto como para recordar mal los buenos momentos. Pero si mi vida se alarga, ha de causarme felicidad el tener tantas primeras veces que de una forma distinta no tendría, aunque hay primeras veces que nunca tendré, así que qué importa si me pierdo de varias al morir joven. El morir ahora o después, realmente parece irrelevante, la una no se diferencia mucho de la otra y prefiero suspender el juicio al respecto.

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